Lecciones del Camino

Esta última semana de mediados de junio estuve como hospitalero en Tardajos. Es un pequeño pueblo a diez kilómetros de Burgos, por su proximidad es frecuente que los peregrinos que deciden parar en su albergue lo hagan huyendo de las multitudes de la capital. Al ser municipal y estar atendido por voluntarios no tiene establecido un precio por pernoctar y desayunar en él, tan sólo la voluntad en forma de donativo que se deposita en un buzón. También es ese el motivo de que algunos se inclinen a quedarse en él en vez de seguir un poco más.
Albergue municipal de Tardajos (Burgos)
Ese fue el caso de uno de los últimos peregrinos que nos acompañaron la última noche que pasamos Julia y yo como hospitaleros. Llegó solo la tarde del viernes bajo una intensa lluvia de tormenta. Se presentó diciendo que no tenía dinero, era un hombre atractivo, en la cincuentena, educado, bronceado y atlético. Tanto su ropa como su mochila estaban bien cuidadas. Estadounidense de Hawai, tanto Julia como yo pensamos que no se puede llegar de tan lejos sin dinero y su petición no obedecía a la realidad. En cualquier caso su estancia en el albergue no dependía de lo nosotros que pensáramos, precisamente esa es la gracia del Camino, acoge a todo el mundo.
A la mañana siguiente el norteamericano se empeñó en ayudar a limpiar la loza del desayuno. Era poca, con la tormenta sólo pasaron la noche él y otros tres peregrinos, una coreana encantadora amante del cine, un italiano que huía del trajín burgales  y un francés jovencísimo. Tras tomar su café recogió las cuatro tazas, limpió la mesa y se fue a fregar a la cocina pese a las protestas de Julia. Allí lo encontré, empezamos a hablar, me preguntó si no iba a hacer yo el Camino y le comenté que tuve que renunciar a ello al ingresar mi madre en el hospital en las semanas que había pensado dedicar a ello. Comenzó a llorar, me explicó, al hablar de mi madre recordó él a la suya, enferma de alguna dolencia parecida al Alzheimer, ya no conocía, le pregunté si no tenía más familia, nuevas lágrimas recorrieron su mejillas, sus dos hermanos habían fallecido y su hijo se había suicidado, por eso estaba en el Camino. Nos abrazamos al despedirnos, fue un abrazo fuerte, caluroso, sentido.
Al marchar, Julia y yo nos sentimos fatal por habernos atrevido a prejuzgarlo la noche anterior. Una vez más el Camino nos dejó su lección. 

Comentarios

  1. vaya, yo tambien hje estado en burgos este fin de semana.
    De haberlo sabido me hubiera acercado a haceros una visita

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  2. Qué pena, mira que me apetece que nos veamos.

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