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Madrid, 2012. |
El templo está al otro lado, igual que el disco solar que envía toda su fuerza al acercarse el ocaso. La luz amarilla baña la escena y las cámaras se convierten en protagonistas. El agua distorsiona la imagen y nos permite imaginar una realidad voluble en la que los perfiles van y vienen. Me quedo con el reflejo, y con el recuerdo de una tarde de paseo sin bordes ni aristas.
Un ambiente muy dorado
ResponderEliminarUna buena foto y un color increible. Enhorabuena.
ResponderEliminarun saludo
fus
No parece Madrid. Bellisimos reflejos. Un saludo
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